
Directamente desde Bélgica Laura Cano ( periodista española ) nos envía esta importante información referida al sistemático endurecimiento deshumanizante de la política migratoria en la Unión Europea y en este caso especifico dentro del territorio belga . En la Rue du Trône, una de las principales arterias del barrio de Ixelles enBruselas, se hacinan 150 afganos desde hace dos semanas y un día. “En realidad, somos más”, me dice Qais, encargado de la seguridad del edificio por aceptación general.
Este dato implica una confesión a manejar con cuidado. Ciento cincuenta es el límite establecido por las autoridades locales para permitirles quedarse. El requisito, más que inquebrantable, es una justificación mediática, porque el alcalde de Ixelles ya ha tomado la postura de hacer oídos sordos a la ocupación. Siempre y cuando no haya problemas, claro. Desde fuera, no se percibe ni uno. Me bajo en Idalie, la parada del bus 34 indicada por Google Maps, y no veo un alma. Busco el 127 y ni siquiera me fijo en que lo tengo delante, hasta que mi contacto asoma por la persiana metálica, grafiteada y a medio bajar, de la puerta principal. Hasthmet tiene 25 años y un problema de corazón. Necesitará cirugía tarde o temprano y, hasta entonces, le convienen visitas periódicas al especialista. Esto último no lo está haciendo y la operación pertenece a un futuro mucho más negro e incierto que el presente. Como él, 450 afganos buscan asilo político en Bélgica desde hace tres, cuatro, cinco o seis años. Las circunstancias cambian de una familia a otra pero todas comparten la denegación crónica y una renuencia absoluta a volver a Afganistán. Tienen miedo. Huyen de la inseguridad y de la violencia de los talibanes. Y la decisión de su repatriación, por parte de la secretaria de asilo Maggie de Block, los ha llevado a unirse en un colectivo de protesta apoyado por otros colectivos belgas como el JAC (Jóvenes anti capitalistas), el JOC (Jóvenes Obreros Cristianos), Sans Papiers y sindicatos como el FGTB, además de la Liga de los Derechos del Hombre.

Estas organizaciones de apoyo y, paradójicamente, también el incidente de Lampedusa, les ha facilitado cierta tolerancia gradual de las autoridades. Su manifestación del 25 de septiembre ante la oficina del primer ministro Elio di Rupo acabó con cargas policiales y 45 detenidos. La manifestación de hoy está autorizada, así que no se prevén incidentes. Me lo explica Charlotte Fichefet, joven estudiante belga de la Universidad Libre de Bruselas (ULB) y miembro del JAC, implicada en la causa afgana. La conocí en la última manifestación autorizada del 4 de octubre. Habla un español casi perfecto y es una gran informadora: comprometida, accesible y muy enterada. Hoy, sábado 19 de octubre, esperan a mil personas. No son muchas, pero sirven para que sus voces traspasen los cristales de las ventanas del despacho de Di Rupo, antes de marchar hacia el edificio de la Comisión Europea. Para los afganos, la jornada de hoy cierra una semana cargada de protestas. “Mañana tenemos el día libre”, me explica Hasthmet durante la marcha, como si todo esto se tratara de un trabajo. “We want justice”, proclama nada convencido y con cierto sarcasmo. “Y así todos los días”, sonríe. Es el lema de todas protestas y los afganos lo gritan en inglés, en neerlandés, en francés, a veces, y en farsi, muy pocas. Esta ocupación diaria sustituye a la abulia y contrarresta un poco la resignación y la impotencia. Es la rutina de un campamento improvisado, y hasta ahora, forzosamente nómada. Pero los afganos parecen haber encontrado un asentamiento más o menos temporal en el edificio de la Rue du Trône, del que ya fueron expulsados hace un mes por la policía federal. Entre tanto, la ULB les cedió un edificio durante tres días. Ahora vuelven a una estructura conocida sin categoría posible de casa.

La idea de vivir en un edificio abandonado encierra, en sí misma, una paradoja. Y el edificio de Trône contiene doscientas paradojas. Me cuelo en esta colmena urbana, de la que todos los días escapan doscientas abejas con pancartas. En mi incursión me acompaña Hasthmet, que me presenta como periodista a Qais y a otros cuatro compañeros. Serios y expectantes, hacen piña en la entrada mientras desayunan. Ninguno me pone problemas para que pasee a mis anchas por el edificio. Qais me conduce a la primera planta, la de las mujeres, y luego desaparece. Hasthmet también ha hecho mutis por el foro. Y yo me quedo sola ante la realidad. Indefensa frente a la auténtica indefensión.

Marwa Mahbub tiene 27 años y dos niños de tres y de seis. Me recibe en una habitación repleta de camas. Cada colchón acoge a una familia, es decir, a una madre y a sus hijos. Marwa se casó con veinte años y su condición de mujer trabajadora la colocó en el punto de mira de los talibanes. Ella y su familia vivían en la provincia de Helmand, al suroeste de Afganistán. “Volver no es una opción”, me dice. “Prefiero morir aquí que allí.”
Su marido Samir entra y se sienta a escucharnos. Mira al suelo y, de vez en cuando, a su mujer, siempre con abatimiento. “Pagamos a un contrabandista alrededor de 18.000 dólares para que nos trajera a Europa”. Teniendo en cuenta que Samir es licenciado en ingeniería mecánica por la Universidad Politécnica de Kabul, me sorprendo ante lo arriesgado de su inversión. “Sí, invertimos, pero por nuestra vida”. Y me explica algo que oiré después varias veces. “Los europeos creen que la gente huye de Afganistán por un problema económico. Pero lo hacen porque sienten en peligro su vida. Se puede vivir económicamente bien en Afganistán. Hay oportunidades laborales, sobre todo en Kabul.” Cuando le pido un balance, sonríe con tristeza. “La respuesta está aquí, en la situación que ves. No hay futuro, tampoco para nuestros hijos, nuestra vida está terminada.” Me arrepiento de mi pregunta y corto la entrevista porque veo que Samir hace un esfuerzo por contener las lágrimas.
Marwa se ofrece a enseñarme el resto de las habitaciones. Son todas amplias y de grandes ventanales pero insuficientes. Las camas exceden el número de plazas para las que están pensadas . La privacidad no existe. Todos entran y salen, los niños corretean. La higiene roza el límite de lo tolerable. En el cuarto de las duchas, las mujeres lavan la ropa en cubos y la tienden.
La radio me llama para el directo. Tengo quince minutos para redactar lo que sucede, lo que veo, lo que me rodea y sobrepasa -¿por dónde empezar?-, y estoy rodeada de niños curiosos que me piden que les escriba a ellos también en mi idioma raro. Yalda, de tres años, me arrebata el cuaderno. Yo le prometo uno nuevo si me lo devuelve. Finalmente, accede, regañada por su madre. He cumplido con los dos directos, así que opto por subir a la planta de los hombres, después de jugar un poco con Yalda, Negar, Fátima, Naser, Amir Ali… Antes de subir, llamo a Hasthmet, por si acaso. No hay problema. Allí las habitaciones son más grandes, pero también menos confortables. No hay somieres y los colchones cubren el suelo. Cada habitación alberga a veinte familias. Y yo no me imagino cómo se las apañan para organizar el sueño. Ajmit me explica que no queda otra que el toque de queda. Todos se acuestan a las diez.
Ajmit Singh pertenece a la minoría Sij, perseguida por los talibanes y diseminada entre la capital, Kabul, y las regiones de Ghazni, Jallalabad, Kundus y Bauhlan. Si no se concentran en una sola, cree Ajmit, es para no convertirse en diana fácil. Pero tampoco pueden pasar desapercibidos debido a su atuendo. Llevan la barba larga y no se cortan el pelo, que esconden en un turbante. Ajmit huyó de Afganistán hace tres años con su mujer y su hija de dos, nacida en Bélgica pero sin nacionalidad belga. Los talibanes asesinaron a su padre. Tiene una perspectiva muy clara de la realidad política y un inglés perfecto, sobre todo para alguien que reconoce no haber tenido acceso a una educación apropiada. Me explica que el problema en Afganistán no se reduce a los talibanes sino al interés de Pakistán en la inestabilidad política del país vecino.
Hasthmet, como joven fuerte, solo y sin hijos, carece de habitación. Duerme en el rellano de la segunda planta junto con otros siete hombres jóvenes. Todos almacenan la comida en la repisa de la ventana. En el edificio no hay cocina y los alimentos entran listos para consumirse: galletas, latas de conserva, fruta… siempre cedidos por colectivos como el Comité de Soutien o Comité de Apoyo. Es la hora, y Qais, que además de la seguridad es el encargado del megáfono, recorre el edificio a grito amplificado. En apenas unos minutos pone a todo el mundo en marcha. Abandonamos el edificio abandonado, camino de la Rue de la Loi, donde tiene su despacho el Primer Ministro y que, curiosamente, significa calle de la ley.
En la manifestación hay un ambiente de camaradería. Casi todos se conocen. Se saludan y se besan según van llegando. A mí me saluda Charlotte. En seguida la acaparo para una entrevista grabada. Charlotte tiene un look perroflautero, un español y una cabeza impecables. Desde que la encontré en la manifestación de la ULB me he aprovechado de estos dos últimos atributos. Me presenta a su compañero que quiere saber si soy la española de las juventudes comunistas. “Non, elle est journaliste”, le aclara Charlotte. “Soy parte neutral”, añado. “¡Ah!”. Parece algo decepcionado.
“¿Sabes que nos encontramos a Di Rupo en Mons?” Al parecer, el primer ministro belga tiene la costumbre de pasear por su ciudad natal los fines de semana sin mayor problema, hasta hace una semana, que el encuentro fortuito con algunos jóvenes anticapitalistas, entre los que se encontraba Charlotte.
-“Lo agarramos y… “
-“¿Lo agarrasteis?”
-“Bueno, le cerramos el paso y le preguntamos por el tema de los afganos”.
Me cuesta trabajo imaginar una situación semejante en España; a Rajoy paseando por Galicia como Di Rupo, sólo con dos guardaespaldas, y sin arriesgarse, no tanto al debate, como al tomatazo o a la palmada en la espalda. Porque lo curioso es que Elio Di Rupo no está acostumbrado a que se le acerquen para hablarle de política en su tiempo libre, al menos por la calle. Y su repuesta no satisfizo a Charlotte y sus amigos. “Dijo que no puede pasar por encima de su secretaria de asilo y que se iba a informar sobre el asunto”.
Axel, miembre del JAC, se ha disfrazado de Maggie De Block y parodia un discurso político a través del megáfono, a la vez que recibe las increpaciones de los afganos.
-Ya no hay guerra en Afganistán…
-¡Buuuuuuuuu!
– Debéis volver, vuestro país os quiere…
-¡¡¡Buuuuuuuu!!!
Tras su representación, todavía con vestido y peluca, Axel encaja todas las bromas. Da el pego porque es un tipo grande y Maggie De Block, una mujer inmensa. Se lo toma con guasa. Es la segunda vez que se disfraza de la denostada secretaria de asilo. “Y lo haré las que haga falta”, asegura risueño.
Aunque la manifestación parte del colectivo de afganos, sirve de protesta contra las políticas migratorias europeas, que han recibido un nuevo revés mediático tras las últimas tragedias en las aguas de Lampedusa. El 3 de octubre, 359 personas perdían la vida en el naufragio de la patera en la que intentaban llegar a la costa italiana. Ocho días después morían otros 31 inmigrantes, diez de ellos menores, también en el canal de Sicilia. José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión, dijo entonces que la Unión Europea no podía mirar hacia otro lado. No obstante, la inmigración sigue siendo un asunto de política difícilmente común y que cada país enfrenta a su manera. En Bélgica, las políticas de austeridad han endurecido los requisitos para la recepción de refugiados. Fedasil es la Agencia Federal bajo supervisión de la secretaría se Asilo liderada por Maggi e De Block que se encarga de la Recepción de refugiados en Bélgica. El país firmó la convención de Ginebra de 1951 que define al refugiado como aquella persona con temor fundado a ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social o de opinión política y que, por tanto, se encuentra fuera de su país y no puede volver a él. Los afganos se sienten plenamente identificados con esta descripción. Y no comprenden que se les niegue la condición de refugiados. En el Comité de Apoyo consideran que las concesiones de asilo se han endurecido a raíz de la crisis y por las políticas de austeridad. Anissa Aliji, del Comité, cree que el gobierno lleva a cabo una estrategia de presión sobre los solicitantes de asilo al extender durante meses y hasta años su denegación. El propósito es que el demandante acabe optando por la repatriación voluntaria, mucho menos costosa para el gobierno. Además la forzosa puede rozar la ilegalidad en determinadas ocasiones.
Charlotte ha terminado de anotar todo lo que me quiere decir. La grabo. Y me devuelve mi cuaderno, lo cual me recuerda que tengo que buscarle uno a Yalda. Seguramente lo desea mucho más que cualquier permiso de residencia. Paradojas.
Publicado en: http://bruxellesprivee.tumblr.com/
))) Entrevista (((
Ana Rodríguez, consejera municipal del Ayuntamiento de Ixelles y del partido ecologista ECOLO, nos habla sobre el conflicto de los afganos y la moción aprobada en el municipio para abrir un debate parlamentario sobre la situación de los sin papeles afganos y la moratoria de las repatriaciones. La moción presentada por Ana Rodríguez recibía el apoyo de todos sus representantes políticos el jueves 24 de octubre, también del alcalde Willy Decourty, del Partido Socialista.
))) audio (((

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